domingo, 23 de enero de 2011

Rutina

Las cuestiones más elementales de la vida no pueden ser resueltas con un simple consejo ambiguo y optimista”, pensó Elena, mientras jugaba con sus dedos con ese sobre de azúcar. Levantando la taza a la altura de sus labios, recordó los acontecimientos de la noche anterior, sonrío, y procuró –como jamás se lo permitía- disfrutar cada trago de ese amargo café. Las penas del Lunes llegarían inevitablemente con las primeras luces del día; de nada servía luchar hoy contra los enemigos de mañana.

¿Cómo enfrentamos nuestros miedos? Elena miraba de reojo su muñeca mientras acomodaba su camisa, corregía su ridículo peinado –día poco favorable, maldita humedad-, y contaba las monedas en su bolsillo. Llegar tarde, verse bien. Ser puntual, resignar el control. La misma discusión de todos los días. Unos minutos de tardanza espantan menos que una mala presentación, pensaba Elena. Al menos esa era su intención, considerando el enorme esfuerzo de cada día por lograr unir la proyección mental con su realidad. Con pasos calculados y reforzados, la aventura del colectivo y las ambiciones de ópera rock camino al trabajo. De las trincheras al frente de batalla, un recorrido de escasos minutos -nunca los suficientes- bajo el sol enemigo. Modo estratega: ¿Anécdota extravagante o dato de curiosidad? ¿Cuál abre mejor las puertas para una nueva jornada? Sin tiempo para pensar, el incidente del ascensor resulta suficiente para arrancar la primera sonrisa de la multitud. El primer paso esta dado, ahora a disimular las demás falencias. Elena se mueve por sus ya bien transitados caminos, entre la admiración y el bajo desempeño, una orquesta de engaños y frases elocuentes para llegar a la mitad del día.

Volando en la ventana, un pájaro magnifico despliega sus alas entre el avión abarrotado, el buque que no quiere dejar puerto, los bocinazos lejanos de la propuesta de turno, y el helicóptero presidencial, recuerdo de que la política y la realidad atraviesa todos nuestros cielos, en los días despejados y en las peores tormentas. Un colega en la distancia habla por teléfono, hace ademanes y se divierte imaginando una vida diferente, con un auto alquilado y un escape de fin de semana. Elena revisa las últimas líneas de su informe, lamenta en voz baja el cansancio y la soledad, sonríe nuevamente y se entrega a la acción. Hoy luce su uniforme más impecable, y aún así se siente fuera de lugar. Vuelve a contar las monedas en su bolsillo, revisa nuevamente su peinado, repite cada uno de sus pasos. Insiste en recordar el incidente del ascensor. Cuando nuestros pasos no son tan largos, al menos que sean profundos, decide Elena, en ese camino de la vida que transita, moviéndose siempre entre sus sabidos puntos de referencia, “yendo la cama al living”.

Elena conquista otro día de ardua lucha, sale triunfante y hasta pasa desapercibida al volver a casa, a esconderse nuevamente detrás del muro. Los enemigos de siempre nos sonríen hasta mañana; nos acostamos entre los desechos de las heridas –las propias, las ajenas, el corazón que rompimos y las ruinas del propio-. Algunas lágrimas sobre la almohada no alcanzan para eclipsar sus logros. No hay descanso posible hasta que llegue el día, el peor enemigo, el esfuerzo, lo nuevo, lo inesperado; entonces vendrá el descanso en paz. ¿Cómo enfrentamos nuestros miedos? Esquivándolos; aferrándonos al arma más eficiente, nuestra rutina de todos los días.

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