lunes, 1 de octubre de 2012

Convicción

Convicción. Decisiones. Toda la existencia se reduce a eso. La medida más justa de un hombre, el juicio más acertado, debe valerse necesariamente de esos dos factores. Toda persona necesita en la vida ciertos valores e ideales a los cuales aferrarse. Cuando nada importa, cuando todo da igual y es lo mismo, nace la indeferencia que nos separa del mundo. ¿Cómo podemos traicionar a los demás, y en última instancia, a nosotros mismos? ¿Cómo podemos defraudar todo aquello en lo que creemos, que juramos proteger? El hombre es capaz de enfrentarse a su propia naturaleza animal, demostrando que es más que tan sólo carne. Aún así, necesariamente, no puede ser tan sólo espíritu.

Cuestionó cada una de sus decisiones. Miró hacia atrás y comprendió que el camino recorrido no fue uno de impulsos o presiones. Cada lamento y equivocación fue el producto de una decisión consciente. Cada desacierto fue simplemente el resultado de los errores de siempre, evitables, predecibles. Entrecerró los ojos por un instante, y volvió a saborear la gloria frustrada. Tan cerca estuvo, tan próximo a la luz, que jamás se preguntó si eso era realmente el sol. Si el objetivo silencioso que tanto había anhelado durante toda su vida se encontraba al final de ese recorrido. Constantes delirios de fama nublan el juicio, pensaba hacia afuera. Constantes deseos de aceptación justifican cualquier acto, pensaba hacia adentro.

El frío viento endureció su piel, y la mente divagó en recuerdos tan lejanos e imprecisos que era imposible ponerles un lugar y un nombre. Los pasos cansados, todavía firmes, marchando con velocidad. Volver a empezar. Su reflejo mostraba a un hombre más viejo. Todo lo que perdió en el camino ya no se puede recuperar. Su realidad se consume a cada momento, y los viejos fantasmas merodean su mente. Ha cambiado la perspectiva, a pesar de todo. La soledad ya no tiene ese sabor de unidad, su celda ha cambiado las dimensiones, y la condena y los padecimientos han cambiado el lenguaje. Su segunda adolescencia ha renovado su vestuario. Rafael no tiene lágrimas para decorar sus nuevos sentimientos. Teme por esa poderosa indiferencia que tiende a apoderarse de todo.

lunes, 19 de marzo de 2012

Pasión

Se miraron a los ojos y por un momento el silencio pudo más que todo el caos; los rayos y la furia extrema se apagaron mientras cruzaban sus miradas. El dolor contenido de las lágrimas que quieren escapar, la necesidad de elevar la voz y encontrarla quebrada. El deseo del abrazo, del consuelo, de la contención. La necesidad de saber que todo está bien, esa sensación que todo está vivo a pesar del dolor, si me sonreís. Rafael tragó en seco y dejó volar su mente. No podía realmente impedirlo. Se abstrajo del momento y de la situación. Toda la angustia provocada, pensó, no es más que la suma y el resultado de todas las ecuaciones justas. Como el balance que parece impulsar al universo, esa cierta idea de venganza cósmica de que todos recibimos cuanto damos, y aquella máxima de la infancia de “No hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan a tí”. Justicia en la igualdad de los hechos, ojo por ojo, diente por diente. Proporción aritmética. Así pueden recorrerse las heridas sobre las marcas de la piel, y cual anillos de un tronco saber cuánto hemos envejecido. Cuánto hemos cargado sobre los hombros. Cuanta libertad se respira cuando finalmente nos rendimos a la aceptación.

Podría ser como los demás. Podría ser como tú quieres que sea. O podría ser yo mismo.

Una constante entre la fuerza y la dominación. No entregar demasiado sin obtener nada a cambio. Contenerse. Medir. Calcular, pensar antes de actuar. De manera fría, lógica, superficial, las relaciones pueden ser simplemente eso, el producto de sus factores, correctamente ordenados, sumados uno detrás del otro. El resultado, ensayado, anticipado, inequívoco. Pero lo abstracto de los números y su infernal lógica no se traduce sin pérdidas al ámbito de lo humano; la pasión corrompe cada ecuación, caen las piezas del ábaco y vemos nuestro reflejo, nuestros defectos, las falencias de toda regla. Por naturaleza nos disponemos siempre a tratar de obtener el mayor placer posible de cada uno de nuestros actos, y aún en esa búsqueda constante de satisfacción encontramos el dolor, el sufrimiento. Nuestros cuerpos tienden a ello. El impacto, el choque. Los encuentros. Luego, el enfrentamiento. La unión y el desencuentro. Variables. Nada desnuda mejor nuestros rostros e intenciones como una disputa. Cuando las cartas ya han sido echadas y todas las fichas están sobre la mesa, cada quién hace su juego. A la luz se exponen nuestros verdaderos deseos.

¿Qué es la pasión sino el resultado de toda esa angustia contenida que finalmente desborda y encuentra su camino hacia afuera, purificando el alma y librando a la conciencia de sus tormentos? Tan sólo basta un momento. Un único gesto, capaz de destruirnos o elevarnos al infinito. Y en esa distancia abismal, nos separa un solo paso. Quién es el primero que se atreve a darlo, ése es el único factor que altera el producto.