lunes, 19 de marzo de 2012

Pasión

Se miraron a los ojos y por un momento el silencio pudo más que todo el caos; los rayos y la furia extrema se apagaron mientras cruzaban sus miradas. El dolor contenido de las lágrimas que quieren escapar, la necesidad de elevar la voz y encontrarla quebrada. El deseo del abrazo, del consuelo, de la contención. La necesidad de saber que todo está bien, esa sensación que todo está vivo a pesar del dolor, si me sonreís. Rafael tragó en seco y dejó volar su mente. No podía realmente impedirlo. Se abstrajo del momento y de la situación. Toda la angustia provocada, pensó, no es más que la suma y el resultado de todas las ecuaciones justas. Como el balance que parece impulsar al universo, esa cierta idea de venganza cósmica de que todos recibimos cuanto damos, y aquella máxima de la infancia de “No hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan a tí”. Justicia en la igualdad de los hechos, ojo por ojo, diente por diente. Proporción aritmética. Así pueden recorrerse las heridas sobre las marcas de la piel, y cual anillos de un tronco saber cuánto hemos envejecido. Cuánto hemos cargado sobre los hombros. Cuanta libertad se respira cuando finalmente nos rendimos a la aceptación.

Podría ser como los demás. Podría ser como tú quieres que sea. O podría ser yo mismo.

Una constante entre la fuerza y la dominación. No entregar demasiado sin obtener nada a cambio. Contenerse. Medir. Calcular, pensar antes de actuar. De manera fría, lógica, superficial, las relaciones pueden ser simplemente eso, el producto de sus factores, correctamente ordenados, sumados uno detrás del otro. El resultado, ensayado, anticipado, inequívoco. Pero lo abstracto de los números y su infernal lógica no se traduce sin pérdidas al ámbito de lo humano; la pasión corrompe cada ecuación, caen las piezas del ábaco y vemos nuestro reflejo, nuestros defectos, las falencias de toda regla. Por naturaleza nos disponemos siempre a tratar de obtener el mayor placer posible de cada uno de nuestros actos, y aún en esa búsqueda constante de satisfacción encontramos el dolor, el sufrimiento. Nuestros cuerpos tienden a ello. El impacto, el choque. Los encuentros. Luego, el enfrentamiento. La unión y el desencuentro. Variables. Nada desnuda mejor nuestros rostros e intenciones como una disputa. Cuando las cartas ya han sido echadas y todas las fichas están sobre la mesa, cada quién hace su juego. A la luz se exponen nuestros verdaderos deseos.

¿Qué es la pasión sino el resultado de toda esa angustia contenida que finalmente desborda y encuentra su camino hacia afuera, purificando el alma y librando a la conciencia de sus tormentos? Tan sólo basta un momento. Un único gesto, capaz de destruirnos o elevarnos al infinito. Y en esa distancia abismal, nos separa un solo paso. Quién es el primero que se atreve a darlo, ése es el único factor que altera el producto.