domingo, 23 de agosto de 2009

Derrumbe

Isabel miró la habitación con aburrimiento, entrecerró los ojos, y mordió sin esfuerzo su labio inferior; un sentimiento frio se apoderaba de su mente, una idea lejana que volvía a apoderarse de su cuerpo. Sintió el dolor en sus venas y la pesadez de tener que levantarse, imaginó el momento y las sonrisas, las conversaciones y la posible escapatoria. Había más en la vida que esos momentos, eso creía, eso necesitaba saber. El sonido irregular del timbre, la pesada puerta principal, y el desfile de invitados sin rostro.

Una noche más de cenizas, de ruinas, de colecciones de anécdotas de pasado inmediato y esa terrible sensación de “vamos a vernos más seguido”. El encanto se había perdido rápidamente. Julia se veía cansada y amargada, la vida perfecta de su matrimonio cama afuera destruía las apariencias y arrojaba la imagen más desgarradora de lo que todas ellas ya sabían. Pero se mantenían las formas; todo estaba en orden. Beatriz correcta, callada, un café y a la cama, la primera en llegar y el saludo más formal. Debajo de la cascara se esconden los secretos de la tumba, detrás de tanto olvido hay una vida encubierta, los vicios pasados y las cortinas nuevas en el living comedor. Una noche correcta para agendar para el próximo mes. La rutina conquistadora que nos mantiene despiertos. Verónica enciende la noche con su risa desinteresada y sus comentarios fuera de lugar. Lo eternamente conservador de lo políticamente incorrecto, las ideas que no comprende y felizmente comparte en voz alta. Las idas y venidas de una vida más bien vulgar, pero que todas sueñan con experimentar en algún momento. Nélida, más profesional, más directa, lejana y certera, es más bien una imagen de lo que pudo haber sido, y un recuerdo del precio del éxito y la mirada a veces envidiosa, a veces simpática, a veces de desconsuelo, de la familia desconcentrada y autónoma, la modernidad clásica combinada en un trago de más y una indiscreción confesada.

Isabel mira la habitación, mira las fotografías, mira los platos usados y la luz ya no tan tibia, los sonidos de la ventana que se alejan calle abajo, la familia durmiendo en la pequeña distancia del pasillo, la imagen desvanecida en el espejo, y la sensación de que la vida contenida en pequeños momentos es insuficiente, pero de vez en cuando resulta demasiado. Las pretensiones y el dolor; la alegría y el calor humano. La soledad, el ascensor y la pesada puerta de entrada. La habitación, la cama desatendida. Y el derrumbe de un nuevo día.