“Cuídense de los falsos profetas: se presentan ante ustedes con piel de ovejas, pero por dentro son lobos feroces.”
Mateo 7, 15.
Los suaves arpegios, la melodía conocida sonando nuevamente, las emociones en la piel y la sensación de estar viviendo nuevamente los momentos de su primera adolescencia. El viaje desde el mismo lugar, las luces de las grandes ciudades iluminando sus ojos, la tempestad que enfrenta y la marea en calma. Su corazón inquieto y la mente en paz. Las imperfecciones de la duda cociéndose a fuego lento, por lo bajo. La alegría y el bienestar tratando de apoderarse de todo.
El valor del llanto genuino por sobre la risa comprometida, la sonrisa cómplice y la carcajada real. El abrazo eterno que conlleva el verdadero sentimiento. La alegría de descubrirse a uno mismo, la voluntad por sobre la voluntad de uno, y el enriquecimiento del espíritu. Las caras de ayer y las nuevas de hoy, el destino manifiesto borrando sus huellas y la esperanza de poder salir hacía adelante. La convicción de la salvación ante la penumbra eterna. La vergüenza y el desencanto. Rafael trata de correr con velocidad, pero sus piernas cansadas y torpes no le permiten avanzar con tanta facilidad. Sabe el camino, y aún así se pierde en los desvíos. La oscuridad que todo lo consume, y su débil mente que deja seducirse.
Los ojos en lagrimas, el abandono repentino; su vida colapsa y se derrumba a su paso. Cuando nada queda, cuando todo se ha perdido, aún brilla en esa ruina una luz, que persiste y no se apaga. Y una brisa desde lejos, cada vez más fuerte, el canto de los suyos que eleva su conciencia, lo aleja de este mundo y lo une en su abrazo. El momento compartido, el servicio por los demás, la alegría reflejada en la felicidad de el de al lado. La compasión por la tristeza ajena. La verdadera amistad, su salvación.
Rafael mira hacia adelante, con los ojos bien abiertos, con la cabeza en alto. Quiere vivir por su ideal. Con convicción. Con la certeza de que el camino es difícil, pero no debe hacerlo solo al recorrido. Una mirada sobre su hombro, y puede ver un sendero de desechos extenderse hasta sus pies. Se ha cansando de los falsos profetas. Arrogantes, seductores, elocuentes. Los intereses, las especulaciones, la lujuria. La distancia abismal entre lo que se dice y lo que se siente. El egoísmo, la envidia, los celos. Un reino de un solo hombre, un trono adornado y los aduladores de siempre. Voces que lo llaman perfecto, corazones abiertos repartiendo sentimientos confundidos. Oscuridad y vacío. Derrota. Desprecio. Trata de correr y tropieza. No es tan fuerte, no puede luchar contra aquello; falsos profetas disfrazados de corderos; lobos rapaces, fieras sin cansancio. Victimas. Persisten, persiguen, consumen. Destruyen. Aquél que no nos conoce, quién solo ve lo que quiere ver, jamás puede desear en verdad nuestro bien. De la nada, nada viene: "Lo que nace de la carne, es carne. Y lo que nace del Espíritu, es espíritu."
Aún ha pesar de todo, Rafael no esta solo. Nunca lo estuvo. Aquellos que no bajan los brazos, que lo dejan todo por el autentico ser amado, no lo han abandonado. Abre los ojos. Escucha el canto. “Esta cambiando el aire, y nunca me sentí tan bien”.